Según la ciencia, decir malas palabras es bueno para las personas y la sociedad

Emma Byrne es una especialista en robótica que un día encontró que su hábito de decir malas palabras era un objeto de estudio.

“Gracias a una amplia gama de científicos, desde los cirujanos de la era victoriana hasta los neurocientíficos modernos, sabemos mucho más sobre decir malas palabras que lo que solíamos”, escribió en Swearing is Good For You, The Amazing Science of Bad Language (Insultar es bueno para usted,

La ciencia increíble de las malas palabras). “Pero como todavía se lo considera algo chocante, esa información no se ha generalizado. Es una jodida pena”, escribió en la introducción a su libro.

Hizo un estudio exploratorio: un análisis de datos sobre qué diferencia había en el sentido que los fanáticos del fútbol inglés daban a los insultos “fuck” y “shit”,

que usaban con la máxima frecuencia y aparentemente de modo intercambiable. Pero no: el primero alude a algo positivo o a algo negativo, mientras que el segundo es solamente negativo.

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Cuando Byrne publicó su artículo, la llamaron de un diario para preguntarle, poco más o menos, cuánto tiempo y dinero había desperdiciado en esa pavada.

Eso le hizo entender que “falta mucho para que las obscenidades sean un tema respetable de investigación”.

Sin embargo, siguió y escribió este libro. “Decir malas palabras es una de esas cosas que nos salen tan naturalmente y parecen tan frívolas, que uno se sorprendería de saber cuántos científicos lo estudian”. Para ella la razón es evidente:

“Nos enseña mucho sobre cómo funcionan nuestros cerebros, nuestras mentes y hasta nuestras sociedades”.

En el reservorio global de malas palabras los temas son curiosamente similares: la religión, el sexo, la locura, los excrementos y la nacionalidad, todos con una capacidad poderosa de exaltar las emociones y, en conjunto, incongruentes como la variedad extraordinaria de actitudes que abarcan: la violencia, el absurdo, la diversión, el asombro.

Pero, a la vez, las obscenidades son algo de profundas raíces culturales: tiene que ver con la lengua propia, y sobre todo con la que se aprende en la infancia, cuando los padres y la escuela reprimen el uso de ciertas palabras.

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